Trova y algo más...

lunes, 8 de junio de 2009

La actividad más rentable del país

No sé si alguna vez les he comentado que a mí el libro que más me satisface es Cien años de soledad, ya saben que de Gabriel García Márquez. Pues en una de esas gloriosas páginas, el escritor colombiano menciona que Aureliano Segundo, en pocos años, sin esfuerzos, a puros golpes de suerte, había acumulado una de las más grandes fortunas de la ciénaga, gracias a la proliferación sobrenatural de sus animales.
“Sus yeguas parían trillizos —escribió el Gabo—, las gallinas ponían dos veces por día, y los cerdos engordaban con tal desenfreno, que nadie podía explicarse tan desordenada fecundidad, como no fuera por artes de magia. "Economiza ahora", le decía Úrsula a su atolondrado bisnieto. "Esta suerte no te va a durar toda la vida". Pero Aureliano Segundo no le ponía atención. Mientras más destapaba champaña para ensopar a sus amigos, más alocadamente parían sus animales, y más se convencía él de que su buena estrella no era cosa de su conducta sino influencia de Petra Cotes, su concubina, cuyo amor tenía la virtud de exasperar a la naturaleza”.
Güeno. La corrupción en México es mucho más pródiga que la exuberante fecundidad de Petra Cotes. A ver, chicos, ¿alguien recuerda la existencia de una pequeña empresa que antes de 1988 era una modesta constructora pero que al final del sexenio salinista era ya un emporio transnacional? Quizás el milagro financiero del Grupo Carso, uno de los pilares indiscutibles de la economía nacional, no se explique tan sólo por la genialidad de Carlos Slim, el dueño de Teléfonos de México y hoy por hoy uno de los hombres más ricos del mundo, o por sus buenas relaciones con su tocayo de Los Pinos. O quizá también era un amante más de Petra Cotes, de los muchos que ha tenido a lo largo de nuestra historia nacional. Para saber, pues...
El narcotráfico, y su consecuencia directa: el lavado de dinero, representan la empresa más rentable en el país, y sin lugar a dudas es la actividad que mayores divisas genera; aunque sean divisas grises o negras, son divisas al fin. Esas que el país necesita para crecer. Y que los empresarios ambiciosos y sin escrúpulos y los políticos enquistados en el poder necesitan para enriquecerse brutalmente.
Esta actividad opera desde diversos niveles y estructuras. Se ha difundido, interesadamente, la versión que presenta a los narcotraficantes mexicanos como ciudadanos provenientes de las capas medias y bajas de la sociedad, muchos de ellos surgidos de las filas policíacas y con toda una subcultura que se difunde y se populariza con los corridos y las bandas gruperas, interpretados por los Chalinos y Lupillos que todos llevamos dentro, en los que se exaltan las virtudes y los valores de estos capos.
Se dice que siempre andan armados y que cuelgan de su cuello cadenas de oro tan grandes que apenas si pueden alzar la vista. Siempre andan en vehículos último modelo, blindado por si las dudas, vestidos como metrosexuales región cuatro y seguidos por una corte de cinco mujeres rubias, bien hechas, mostrando el tetamen prodigioso y dispuestas a poner el cuerpo al alcance de la mano de aquel hombre para su varonil desfogue. ¿Será?, porque esa imagen puede ser la de muchos ejecutivos, deportistas triunfadores, artistas medianamente conocidos, politiquillos de barrio y un sinfín de profesionistas, no sólo la de los narcos.
En esa versión iconográfica, ellos son la punta de la pirámide del narcopoder. Pero esa es una versión que oculta la jerarquía mayor, la delincuencia de cuello blanco, los barones de la droga que desde el mundo financiero y político controlan la transnacional más exitosa no sólo en México, sino de América Latina. Y del mundo entero, para decirlo de un jalón.
No tenemos que rascarle mucho a la mugre para descubrir que los mayores narcotraficantes en los Estados Unidos son precisamente norteamericanos. No son, por supuesto, el Chapo Guzmán ni los Caro Quintero ni el Señor de los Cielos y demás ramificaciones de individuos que se dedican a trasladar la droga de aquí para allá, como si fueran empresas de paquetería a domicilio, sino aquellos gringos y judíos que desde sus oficinas en Nueva York y Washington manipulan los traslados y las entregas para obtener todas las ganancias de los consumidores estadounidenses, que son, como bien sabemos, quienes pueden pagar cualquier precio con tal de ponerse bien japis.
Los expertos señalan que el crimen organizado se ha convertido en el más grande negocio ilícito de la historia. Basado en su creciente poderío económico y en el desdoblamiento a nivel internacional de las bandas delictivas, ha logrado corromper e incluso vulnerar las estructuras gubernamentales, particularmente las de las fuerzas de orden, así como afectar la estabilidad política, económica y social de los estados. Y el lavado de dinero constituye uno de los elementos fundamentales que han permitido a las organizaciones criminales encubrir a los autores intelectuales y materiales de estas actividades.
Según estimaciones preliminares del Congreso de los Estados Unidos, dadas a conocer recientemente, el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas representa un movimiento de recursos de alrededor de 500 mil millones de dólares por año, cifra a la que habría que sumar las utilidades provenientes del tráfico de armas, terrorismo, secuestro y otros delitos graves, lo cual implica que las ganancias obtenidas cada año por el crimen organizado, a las que coloquialmente se les ha denominado como PCB, Producto Criminal Bruto, ascienden a montos verdaderamente incalculables.
De acuerdo con estimaciones de Naciones Unidas, el crimen organizado genera anualmente ingresos superiores a 750 mil millones de dólares. Algunos expertos consideran que este monto representa una cuarta parte del intercambio de capitales a nivel mundial, lo cual constituye una seria amenaza para las economías de las naciones e incluso para la estabilidad del sistema financiero internacional.
Ante ello, los medios de comunicación se relamen los bigotes cuando surgen noticias de las actividades de estos nuevos empresarios, sobre todo cuando hay balaceras de por medio y muertos o desaparecidos, porque les significan horas y horas de discurso mediático, que nada añade a la búsqueda de soluciones, o planas y más planas de texto vacío y reclamos ligeros. Pero, sobre todo, porque les representa una fuente de generación de ingresos, sangrienta y deshumanizada, cierto, pero fuente de ingresos contantes y sonantes. No hay que olvidar que también los medios son empresas que buscan sobrevivir en un mercado tan competido en el que el perdedor es siempre el televidente o el lector. El ciudadano común y corriente, pues. Como Usted y como yo, por ejemplo...