Trova y algo más...

domingo, 31 de mayo de 2009

La educación, herramienta para el futuro

1. No hace mucho tiempo, las películas futuristas que hablaban del año dos mil pintaban al mundo como el paraíso que alguna vez fue, y sus habitantes eran seres que dedicaban gran parte de su vida a la reflexión, a mantener la armonía y a cultivar la paz.
Nada alteraba el silencio y la quietud del mundo en aquellas viejas películas que nuestros padres vieron en su juventud con ojos asombrados, pensando si llegarían a ser testigos de ese maravilloso estado de cosas que convertiría al planeta en un lugar más ordenado para vivir.
Pero la realidad rebasa cualquier cinta de ciencia ficción: hoy nos damos cuenta de que si bien es cierto que la humanidad ha avanzado en diversos campos (como la medicina, las ingenierías y la ciencia cibernética), también vivimos en un mundo mecanizado, imperfecto y colmado de vicios humanos que en cualquier momento pueden desatar una guerra global que termine con el sueño de algunos hombres de alcanzar la paz entre todas las naciones.
Los titulares de los diarios siguen refiriéndose a hechos de corrupción, a crímenes impunes y a fraudes millonarios que nos muestran el desequilibrio gigantesco que hay entre los que tienen todo y los que nada tienen.
La televisión se ha vuelto la conciencia del mundo, y los dueños de los cadenas deciden qué hemos de ver, cómo tenemos que vestir y qué debemos de pensar sobre los diferentes asuntos que marcan la vida del hombre. Por supuesto que la nota roja sigue siendo la que abunda en los noticieros como claro ejemplo de cómo pueden acaparar fácilmente nuestra atención y hacernos creer lo que más conviene a los grupos de poder.
Tal vez como nuestros padres, acaso nosotros también nos hemos cansado de la violencia que impera en las calles, y como ellos, igual hemos llegado a esa edad en que es más difícil actuar que encerrarnos en nosotros mismos y dejar pasar el tiempo frente al televisor. O en el peor de los casos, tal vez seamos protagonistas o testigos presenciales de la brutalidad de la vida, y nos hemos conformado con escondernos tras las sombras de la impunidad. No lo sé.
Sé que los jóvenes, mujeres y hombres, son los más expuestos a los actos violentos, y eso debe ser algo que marca para siempre a los individuos. Históricamente está comprobado que los adolescentes y jóvenes se han visto envueltos en actos violentos, tanto en el papel de víctimas como en el de delincuentes: como ejemplo, en la Inglaterra del Siglo XIX, la mitad de las personas condenadas por delitos eran menores de 21 años. Seguramente en la actualidad, tal índice no ha variado mucho a nivel mundial.
Cierto que las actitudes con respecto a la justicia para los jóvenes cambiaron, enfocándose hacia la asistencia social y rehabilitación a partir de 1950, pero sigue prevaleciendo el problema: la violencia es cada vez menos una decisión personal para convertirse cada vez más en la manera de vivir de las personas.
La violencia y la delincuencia viajan en el mismo tren, y llega el momento en que nos arrolla con su carga de desestabilidad social. Sin embargo, los expertos aún no se ponen de acuerdo, en el caso de la violencia y delincuencia juvenil, en si el problema debe enfocarse como un asunto de asistencia social o un tema de aspecto penal.
Como sea, la violencia juvenil existe, y en la mayoría de los casos es una respuesta a las arbitrariedades que los jóvenes y los adolescentes ven a diario en la prensa, en las calles y, en ocasiones, hasta en sus propias casas.
Es muy fácil perderle el respeto a los demás cuando el espejo donde deberían de verse los muchachos (es decir, nosotros mismos o los vecinos o los funcionarios públicos de gobierno o de instituciones públicas y privadas) son señalados como delincuentes o personas corruptas en mayor o menor grado.
Como problema social, la violencia deriva por lo común de hogares deshechos donde los padres han sido atrapados por los vicios. En este aspecto, poco o nada pueden hacer los gobiernos, pues para solucionarlo se requeriría de una profunda reforma social en la que se erradicara la pobreza, la ignorancia, el alcoholismo.
Como problema judicial, la violencia es fácilmente atacable con acciones penales, pero por lo mismo, está propensa a grandes, constantes y repetidas injusticias: el sistema judicial en México está muy lejos de ser perfecto.
De cualquier manera, la violencia y la delincuencia juvenil es un grave problema que la sociedad arrastra, y a los jóvenes les toca atacarlo con las armas del estudio.
2. Si cerráramos los ojos un momento y se nos otorgara el don de poder cambiar el pasado, quizá habríamos de ir a ese momento en que la justicia cerró los ojos para dar paso a la desigualdad entre los hombres de las diversas naciones del mundo.
Las voces de la humanidad nos señalan que un pueblo sin igualdad, sin personajes ilustres, sin héroes, es un pueblo sin registro de su pasado histórico, sin memoria colectiva, sin el sustento moral que se requiere para ir transitando por el tiempo con la frente en alto y la dignidad en firme.
Como ayer, los jóvenes de hoy libran guerras tal vez insignificantes en las calles de todas las ciudades. Quizá son otros los enemigos a los que se enfrentan cada día en los diferentes ámbitos de la vida, y son otras las armas las que utilizan: la educación, el compromiso, la solidaridad, el trabajo cotidiano, el respeto común y, sobre todo, las ansias por construir un futuro generoso para los demás en su propio futuro.
Es cierto: un pueblo sin héroes es un pueblo sin registro de su pasado histórico, pero un país sin jóvenes y sin adolescentes es un país condenado al olvido.
Y es naturaleza humana que nuestros jóvenes se nieguen (con respeto pero con firmeza) a ser olvidados. No son conformistas: han aprendido la lección de nuestros antepasados, son parte de la cultura del esfuerzo y entendemos la enorme responsabilidad que llevamos a cuestas.
Saben que ante los retos que les plantea la violencia en el nuevo milenio, la estrategia es prepararse más y mejor cada día: ser mejores hijos, mejores hermanos y mejores estudiantes son las bases fundamentales para encarar el futuro con certeza.
Están convencidos de que el heroísmo también se alcanza en las aulas, en las noches de estudio, en la experimentación, en la manifestación de las disciplinas artísticas y en el trabajo comunitario.
3. Sin embargo, sigue presente y puntual aquella cita de Don Jaime Torres Bodet: “Si los pueblos quieren que sus maestros enseñen en las escuelas, lo contradicen después con sus actos, en el comercio, en la diplomacia, en los tribunales y en todas partes ¿qué valor de transformación moral podría jamás poseer la escuela? Ningún maestro, ninguna escuela educan más que la vida misma. Y si la escuela educara para la paz, la justicia, la ciencia, el respeto, la tolerancia, la belleza mientras la vida educase para la violencia, la injusticia, el fraude, la mentira, la ilegalidad, el despotismo, no haríamos hombres, sino víctimas de la vida”.
Y es que quien crea que la escuela además de educar forma a los estudiantes, está en un verdadero error. A los padres de familia, sobre todo a los menos responsables, les da por pensar que la escuela debe de ocuparse de inculcarle valores sociales, éticos e incluso espirituales a los muchachos. Pero no: la escuela educa, instruye, enseña, transmite el resultado de la investigación, de la aplicación del conocimiento a través de los siglos de práctica de la inteligencia humana.
A los padres nos corresponde formar a nuestros hijos: proveerles no sólo lo mínimo indispensable para que tengan una vida digna, sino también estar pendientes de cómo van explorando los diferentes rumbos del mundo, en compañía de quién y hasta qué punto lo están haciendo de manera segura para ellos y los demás: tenemos la obligación de enseñarles, en nuestras propias palabras, lo más elemental del concepto del bien y del mal.
Para la escuela, todos los muchachos son iguales: ninguno es más ni es menos importante que otro. Nuestros hijos son una responsabilidad transitoria para la escuela, y no puede ser de otra manera porque constantemente está reciclando la matrícula. Para nosotros, los padres, nuestros hijos son únicos e irrepetibles, un trozo de nuestras vidas que jamás crecerá, seres frágiles a los que por naturaleza no debemos sobrevivir: ellos deberán quedarse cuando nosotros nos vayamos de este mundo.
Pero no siempre sucede así: en ocasiones la muerte nos juega una mala pasada y trastoca lo que la vida ha dispuesto de otro modo. Y es entonces que salen a relucir las discusiones sobre el papel que deben jugar las instituciones, escuela y familia, entre ellas.
No obstante, el peso moral de los actos de los muchachos recae en los padres, aunque ni siquiera nosotros sabemos qué va a pasar mañana con nuestros hijos: no sabemos qué golpe, qué beso, qué ascenso, qué sepultura, qué caricia le tocará a quién.
Por eso, lo que debemos tener presente es que aquí y ahora es preciso convencerse de que la educación es la tarea más importante de los padres y los hijos, de la escuela y de la sociedad en su conjunto, para cuando los muchachos decidan irse.
Por eso hay que reinventar las maneras de apoyar a los jóvenes, de inculcarles las herramientas básicas de la inteligencia porque detrás de ellos, cada nueva hornada de niños que se presenta a las puertas de nuestro mundo espera descubrirlo y comprenderlo, espera ser introducida en él, y debemos estar preparados.
De otra manera, nuestros niños y muchachos se irán por los muchos caminos fáciles de la vida porque, como bien dice Umberto Eco, "en todos los tiempos la moneda falsa ha suplantado a la moneda buena y los charlatanes han embaucado a los tontos...” Y esto, inevitablemente, es ley de vida.
4. No puede uno cerrar los ojos ante todo lo que hemos ido construyendo como sociedad para que nuestros hijos vivan con mayor comodidad, que no siempre significa la mejor opción de vida, la más completa, la integral, la de la visión humanista.
Acaso uno no sepa demasiado de valores morales: tal vez son los sentimientos y el sentido común las herramientas que uno utiliza para dialogar con los hijos. Quizá nuestros consejos no vayan más allá de buenos deseos y abrazos. Pero si es esa la manera de establecer una relación firme padre e hijo, bienvenida sea.
Aunque después, en lo profundo de la noche, uno se pregunte si eso es suficiente para que nuestros muchachos salgan adelante en un mundo plagado de influencias diversas, provisto de mil garras, moldeado de la peor manera por un dios nada misericordioso y cientos de semidioses que nada les interesa la vida humana. La respuesta es no: no es suficiente, nunca ha sido suficiente darle todo el amor a los hijos para protegerlos de las vicisitudes de la vida y de la muerte. Pero esos son terrenos que incluso los padres tenemos vedados: sólo el tiempo acomoda las cosas en su sitio y nos responde todas las preguntas.
Muchas veces los padres vemos sólo lo superficial, lo que la piel nos permite ver, no su interior, el espíritu cambiante de nuestros adolescentes, en búsqueda constante de sí mismos, en su propio y privado conflicto existencial, en su interna idea eterna de cambiar al mundo día con día, y a nosotros junto a él. No lo vemos, y lo peor es que ni siquiera lo preguntamos por no cargar también con sus penas.
Entonces no debemos extrañarnos de que sucedan hechos que nos impacten por su rompiente desgracia: si dejamos al garete a nuestros hijos, seguro que alguien más se interesará por sus problemas y le brindará los peores consejos que pueda transmitirle, lo moldeará enajenadamente y su destino se nos saldrá de las manos (si es que acaso alguna vez estuvo en nuestras manos).
Como se dice líneas atrás: a los padres nos corresponde formar a nuestros hijos, proveerles no sólo lo mínimo indispensable para que tengan una vida digna, sino también estar pendientes de cómo van explorando los diferentes rumbos del mundo, porque son únicos e irrepetibles, un trozo de nuestras vidas que jamás crecerá, que siempre serán los niños que alguna vez acurrucamos en nuestros brazos mientras dormían su ternura, seres frágiles a los que por naturaleza no debemos sobrevivir.
Y sí, a veces, cuando el recuerdo de su infancia se nos aferra en la noche, una lágrima se desliza en silencio hasta su cama para darles un abrazo que intenta cubrirlos para siempre...

sábado, 30 de mayo de 2009

Las lecciones de la huelga

Al fin terminó la huelga en la Universidad de Sonora.
Yo no sé qué lecciones quedan para los demás en el interior y en el exterior de nuestra máxima casa de estudios después de 57 días de paralización de casi todas las labores académicas.
Lo que al menos para mí queda claro es que dentro del campus hay una comunidad universitaria dividida, que va a ser un largo camino hacia la curación de las heridas, que lo único que puede ponerse por encima de cualquier tendencia política, religiosa y laboral es el compromiso inalienable que tenemos como universitarios para seguir dando nuestro mayor y mejor esfuerzo para que la Universidad siga siendo la luz que todo lo ilumina y el soporte fundamental de su lema integrador: "El saber de mis hijos hará mi grandeza".
No será fácil, pero tampoco es imposible. Casi dos meses de huelga y su consecuente tensión social nos obligan a todos –trabajadores, académicos, administrativos, estudiantes, sociedad sonorense en general– a tomar nota de los aciertos y los errores que hemos vivido como institución, y que hay que hacer un esfuerzo continuo y sostenido para que esta experiencia no se repita… o al menos para que la Universidad no mantenga tanto tiempo sus puertas cerradas porque al final todos perdemos, sobre todo los jóvenes que asisten a diario para darle vida y sentido a las funciones sustantivas de la Universidad de Sonora.
Hacia afuera queda una sociedad igualmente dividida, que estuvo pendiente dentro de lo cabe –no olvidemos que estamos casi en la recta final de un proceso electoral que se ha distinguido por el derroche y su manifestación descarada en miles de spots y de columnas aberrantes– del proceso de negociación contaminado al máximo por los medios y por los foros que los mismos medios pusieron a disposición de las partes en conflicto y de los principales afectados, los estudiantes.
Si bien es cierto que la libertad de expresión es un derecho de todos los ciudadanos –está consagrada en la Constitución y en diversas legislaciones modernas–, también es cierto que en tan solo 57 días muchos de los columnistas y conductores de noticieros e informativos faltaron gravemente al principio fundamental del periodismo: la objetividad. De imparcialidades mejor ni hablamos.
No es gratuito que varios de ellos se hayan ganado no sólo el repudio de los huelguistas, sino de una enorme porción de la sociedad que se hartó de sus comentarios arbitrarios, de una bajeza supina y al mismo tiempo de una superficialidad insultante.
Sí, en sólo 57 días algunos periodistas locales dejaron su prestigio en calidad de desechos orgánicos y otros simplemente alcanzaron su real nivel de eso mismo.
Igualmente quedó claro que el nivel de discusión entre los estudiantes en los foros que se abrieron en internet refleja la escasa preparación que la mayoría de ellos tiene en este rubro y su poca preocupación por ver más allá de su postura personal de no perder el semestre y de quejarse agriamente por tener que asistir a clases en plena canícula.
Extraña que medios tan puritanos como El Imparcial hayan permitido expresiones grotescas y exabruptos vergonzantes de quienes se firmaban como estudiantes, y que tal vez innegablemente lo fueran, considerando su pésima redacción, las agudas faltas de ortografía y lo incoherente de su sintaxis, pero el rating es el rating…
Esta experiencia nos empuja a reflexionar sobre lo volátiles que somos como público cautivo de los medios, cómo nos manipulan tan fácil y cómo nos faltan al respeto de manera descarada. Y ni cómo negar que nosotros los lectores, el público radioescucha y los televidentes tenemos la culpa. Todavía no comprendemos cabalmente que vivimos en una sociedad moderna que ha crecido en varios aspectos, una sociedad más informada y con un enorme abanico de opciones de donde escoger más allá de la pobreza que nos ofrecen los medios locales. Es nuestra responsabilidad saber escoger bien.
Y ahora que la Universidad de Sonora ha vuelto a la actividad, ahora que sus puertas se han abierto a la educación y a la irrepetible oportunidad de sumar esfuerzos para ampliar nuestros horizontes como individuos y como sociedad, tenemos la obligación de reflexionar sobre los últimos 57 días y aprender las lecciones que un movimiento que nos compete a todos nos ha ofrecido, entre ellas la oportunidad de distinguir entre la información que nos sirve para crecer y aprender una nueva manera de interpretar la realidad para ser mejores ciudadanos, y la información basura que sólo trata de anclarnos a la vieja y politizada tradición de manipular a los incautos para que todo permanezca igual: en esa mediocridad que se refleja en la mayoría de los medios locales.

Y nos dieron las diez...

Para Betty y Cleto, in memoriam…
Enseguida de mi casa nos sentábamos en los cimientos de una construcción que nunca terminaron, y hablábamos de cómo íbamos a arreglar el mundo entre todos: finalmente, el mundo nos agarró por la cintura, nos abrió las piernas de los sueños y nos metió el garrote de la realidad, haciéndonos jiras la esperanza.
Pero entonces qué sabíamos de salir a la calle a arrebatarle a la vida las próximas veinticuatro horas de cada día, qué sabíamos de estar al acecho de cada momento, de esquivar a la muerte en cada esquina, en cada rincón oscuro del hambre, en cada partícula de soledad que flotaba agresivamente en el ambiente.
Sólo nos sentábamos en el cemento endurecido por el tiempo, y veíamos trabajar como burro a Cleto, el herrero, o a Doña Céntola, la dueña del changarro de enfrente, a quien le robábamos jamoncillos y chicles.
Los veíamos trabajar a diario, y seguramente si entonces les hubiéramos preguntado cuál era su papel en la vida, qué esperaban para la vejez o cuál sería su legado para la humanidad, se hubieran quedado en silencio, quizá tristes, y nos hubieran mandado al diablo.
Doña Céntola se murió sin saberlo, y Cleto aún va y viene de su herrería con el paso notoriamente cansado, la espalda encorvada y la mirada perdida entre las criminales luces de las varas de soldadura.
Como ellos, todos en aquel viejo barrio, ajenos a las grandes decisiones políticas, a los juegos belicosos de las potencias, al movimiento infinitesimal del cosmos, se levantaban, desayunaban en silencio y se iban al trabajo: mi madre, afanadora en el hospital, donde pescó dos hijos de padres diferentes; Don Jorge Galindo, joyero de los buenos; Don Rafael García, chofer de trailer; Armando Sánchez, bajista del grupo musical «La Mente»; Doña Carmen Estrada, viuda, propietaria de una tortería; Don Abel, telegrafista; Don Mario, mecánico; Doña Estelita, costurera; Gloria Gas y su hermana «La Manano», muy guapas ambas, secretarias; el popular «Manosfrías» Zárate, peluquero, y todas las amas de casa que batallaban para peinar la pelambre hirsuta de sus chamacos y mandarlos a la escuela, encender el radio a todo volumen, sintonizar «Los inmortales de la música mexicana», y al compás de «amorcito corazón, yo tengo tentación de un beso (fiu-fiu-fiu-fiu-fiuuuuuu), que se pierda en el calor, de nuestro gran amor, mi amor...» limpiar la casa de arriba a abajo, ir por el mandado, preparar el arroz, el caldo y el «culei» de fresa para cuando regrese la tropa hambrienta a dejar todo como cada noche: hecho un desastre, sin agradecimiento de por medio.
Mientras, nosotros ahí, en los cimientos, en cuerpo o espíritu, dándole hilo a los días como quien le da cuerda a un papalote para luego recuperarlo, con una pequeña diferencia: nosotros jamás podríamos recuperar el tiempo.
Jorge, José, Angel y yo, como parte de la escenografía cotidiana, planeando robar mangos, o irse a Culiacán por un ladrillo de mota, o soñando con ser maestro, o morir obsesionado por el recuerdo de la Meche: pequeños montones de vida que formaban la cordillera de nuestros sueños, del futuro incierto, de los golpes que alguien, en algún gimnasio del tiempo, practicaba con nuestras sombras...
Del barrio a la prepa, de la prepa al barrio, cargando a cuestas el pasado que fuimos y el amargo sabor de un futuro que se nos vendría encima como toro bravo.
En los cimientos dejamos planes a medias, y en las aulas, el agua cenagosa de las pasiones recién descubiertas.
Ahí nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y desnudos de una adolescencia que se alejaba etérea hacia el alba, nos despidió la luna.
Una tarde, cerramos los ojos por un instante, y al abrirlos, nos vimos mayores: habíamos embarnecido, éramos responsables del mundo, la vida se nos salía por los bolsillos y por los múltiples orificios del cuerpo.
Ya nunca más los sueños ni las obsesiones ni los mangos verdes detrás de una barda que entre más crecíamos más alta se nos hacía.
Ya nunca más espiar a las muchachas ni quebrar santos ni ir detrás de nuestras madres pidiéndole las monedas necesarias para comprar un mundo reducido al boleto de entrada al cine. No más buscarnos en los rincones del tiempo, ni buscar a «La Buena» para invitarla a caminar ese kilómetro y medio que nos alimentaba la felicidad, con surcos lavados o no.
No más festejar las caídas en el lodo ni las intrigas palaciegas de la academia ni los poemas de López Velarde: ahora el lodo estaba frente a nosotros y debíamos dar los pasos necesarios en el momento adecuado...
Ahora otros preparatorianos nos tenían en la mira.
Otros Angeles, otros Jorges, otros Josés, otros Danieles nos exigían el espacio y el tiempo: ahora es el tiempo del mutis...
Es el tiempo de que nos pregunten qué esperamos de la vida, cuál es nuestro legado a la humanidad, qué papel jugamos en la historia, y es nuestro turno de mirar con tristeza alrededor, de reflexionar por un instante y de mandar a chingar a su madre al que nos exija una respuesta satisfactoria.

viernes, 29 de mayo de 2009

Se va, se va y se fue el Fausto…

De verdad, a mí Fausto Soto Silva me cayó mal desde que yo era un niño, cuando oía allá en Navojoa las transmisiones de los juegos de béisbol que hacían cuando Los Mayos jugaban en Hermosillo contra Los Naranjeros y una voz un tanto chillona y diría que hasta libidinosa en el mejor sentido de la palabra navegaba por las ondas invisibles del espacio, bajaba por la antena de conejo de la radio, se colaba por entre los bulbos y salía por las bocinas de aquel viejo aparato que nos acompañó durante las mágicas noches de la infancia, sentados alrededor de doña Olga, quien mientras nos arreglaba la ropa ya mil veces remendada en la vieja máquina Singer de pedales, escuchaba la paliza que invariablemente el equipo capitalino le propinaba a la novena de nuestros amores.
Después, cuando en mi adolescencia y juventud, el Fausto arrastraba una fama de vocero del gobierno que no podía con ella, las voces de la revolución cubanasonorense lo repudiaron acremente, porque no se puede repudiar dulcemente, según dicen los hijos de la cultura del esfuerzo: “Es un vendido, un manipulador, un soldado del PRI”, decían muchos militantes de la izquierda trasnochada de mediados de los setenta que ahora han superado con creces aquella vieja fama de Fausto, dejándola en calidad de chiste infantil, y negándole la razón al viejo apotegma de Fidel Castro: “La historia me absolverá” porque la ideología saltimbanqui de aquellos antiguos simpatizantes del socialismo tiene un rango tan amplio como su cuenta bancaria, aunque en su descargo, hoy la historia tiene tan poca memoria que absuelve a cualquiera, porque lo de ayer quedó sepultado por las noticias de hoy, independientemente de que cada quien puede hacer con su voz un papalote y convertirse en vocero de quien le pegue la gana siempre y cuando no lesione a terceras personas…
Y luego no sé qué pasó. Aquel hombre me empezó a caer bien. No sé si Fausto se hizo viejo o me hice viejo yo, pero mi percepción sobre aquel hombre empezó a cambiar. . Tengo la impresión de que Fausto también empezó a cambiar: se hizo un poco más cínico a la hora de tener que lidiar con tanto adulador y tanto gatillero escondido tras una línea telefónica. Y es que si no lo hacía no podía haber durado mucho en la radio.
Creo que fue en esa época cuando el Cutberto López escribió la obra “Dios lo bendiga”, que según esto retrataba desde los pies hasta el micrófono a Fausto, y la puesta en escena generó un breve barullo que no llegó a más porque por desgracia a los sonorenses no les gusta el teatro, nomás las cabalgatas, según repiten los merolicos ahora.
Fue también en esa etapa cuando sucedió lo del “A-ñil”. Una mañana, dicen, habló una señora muy enojada porque ahí en su colonia ya tenían días en los que sólo venía agua, y muy poquita, por las noches, por lo que tenían que estar abusados para llenar baldes y botes, a lo cual el Fausto, con esa malicia inocente que tienen los nativos de Cananea, le preguntó a la doñita: “¿Y cogió anoche?”, y la señora ni tarda ni perezosa le respondió con una sonrisa degollándole el recuerdo: “¡A-ñil!” “Le pregunto si cogió agua”, aclaró Fausto, a lo que ella contestó: “Ah… también”, dijo y colgó, dejando un olor como de azufre en la cabina.
Cierto que Fausto marcó toda una época en la radio en Sonora. No sé si en la región o en México, pero al menos en Hermosillo sí. Y es que estar en una cabina durante cinco décadas no es cosa fácil, imagínense: en medio siglo el agua es capaz de perforar piedras, algunos hombres son capaces de salirse del clóset, y claro que ser la voz oficial de Los Naranjeros durante tantos años tiene su mérito, además de ir todas las mañanas a leer el diario y esperar las llamadas de la canalla para denunciar tirios y troyanos aunque no se haya sabido que esos desahogos telefónicos hayan resuelto los problemas que la gente planteó con toda esa indignidad que permite marcar un número y esperar pacientemente a que entre la llamada. Mjú.
Hoy Fausto ya se fue. Duró la friolera de 53 años frente al micrófono. Yo todavía ni siquiera era un proyecto de vida cuando Fausto ya estaba en la cabina. Por eso puedo decir que duró toda una vida ahí, a veces solo y a veces mal acompañado. Y con un séquito de lambiscones que en este momento no saben qué decirle porque ya se fue, y que ignoran que muchas veces no se requiere decir nada cuando alguien se harta de algo y se larga. Creo que eso le pasó a Fausto. Y creo que lo que menos le caería bien en este momento son discursos lisonjeros y palabras de aliento, como si su despedida significara su muerte.
Yo nunca fui un ferviente radioescucha de Fausto. Ni siquiera fui un regular radioescucha del hombre de Cananea. Debo confesar que yo prefería escuchar en aquellas mañanas frías cuando trabajaba en el CIANO, y tenía que levantarme a las cinco de la mañana para irme a la Costa de Hermosillo, a un locutor apellidado Terán, quien imitaba a Pedro Infante y cantaba en vivo cada mañana.
Después llegó aquel locutor a quien le decían el Tío Lolo y arrasó las mañanas con sus babosadas al aire (iba a decir “pendejadas”, pero sabe qué me da), y entonces yo alternaba la frecuencia entre las imitaciones de Pedro Infante y las locuras de aquel individuo que fue, a mi parecer, el precursor de tantos simulacros de locutores de hoy en día que con marcado acento regional dicen sus tonterías al aire con una impudicia propia de una teibolera en pleno desvestimiento erótico, tipos que a las primeras de cambio se pusieron un sombrero y se fueron a la cargada obscena de una política que ya no necesita de más individuos imbéciles, sino de gente inteligente y culta, que proponga proyectos de vida que se vuelvan realidad de verdad.
A la mejor por eso se fue Fausto: porque se hartó de tanto merolico de radio, prensa escrita y televisión, ahora que las noticias tienen un nuevo sabor, como si fueran carnitas de puerco para el montón de caníbales que gustan de las marranadas, empezando por supuesto por quienes están de aquel lado del monitor.
A la mejor por eso se fue el Fausto: porque para compartir el manejo noticioso con tanta gente que no vale la pena, mejor retirarse a disfrutar de la tranquilidad que ofrece un buen libro en el silencio de un estudio todavía no contaminado por las campañas negras que se acercan como el célebre relámpago del Mocorito.
Y en el fondo, a mí no me interesa mucho si alguien se queda o no en el lugar de Fausto: yo no enciendo el radio ni siquiera para escuchar la hora, y gracias a la magia del mp3 tengo toda la música que me gusta en un rinconcito de mi pc, y gracias a esa pc y al internet tengo acceso a verdaderos comunicadores de otras regiones que nos ofrecen una mirada integral de las cosas que nos suceden acá, en este pequeño pedazo de mundo que nos tocó habitar.
Como sea, que te vaya bien, Fausto, que a veces es mejor ser parte de una buena noticia que ser el comunicador corrupto que ha vendido su alma por un pedazo de gloria pasajera, como esos que ya han cubierto los espacios posibles del periodismo en nuestra región y que ya nos tienen hartos… ¡Ay, nanita!

Entre Homero y los periodistas posmodernos...

Dicen los expertos que la poesía nació con el hombre mismo, que se fue haciendo una herramienta básica en la expresión de la voz interior de los seres y que ha llenado, incluso hoy, el espacio que las máquinas, la computadora y la internet no han podido ni llegarán jamás a llenar porque está hecha de ese barro simple e intangible que son los sentimientos: el amor, el odio, el deseo, los sueños, los dolores, las pasiones, el hambre y la sed de mujeres por hombres y viceversa.
Como práctica social, la poesía es uno de los registros de la memoria que construye el imaginario colectivo; es decir, es una pieza importante en el rescate y preservación de cada uno de los episodios que van conformando la vida, ya sea de lo particular a lo general, o al revés.
Por ello, la poesía no es un proceso aislado, sino que se va nutriendo de las vivencias del poeta, que sentado debajo de una piocha griega en la antigüedad clásica, o metido en el rincón más oscuro y callado de una posmoderna cantina, se sumerge en la realidad, toma trozos de ella y la recrea sobre el papel para deleite y/o angustia de sus presentes o futuros lectores.
Si tuviésemos el don de regresar el tiempo e instalarnos en algún peñasco de la Grecia de hace unos 3,000 años, por ahí veríamos vagar a un anciano barbado, corpulento y ciego que responde al nombre de Homero.
Si nos fijamos bien, notaremos su andar pausado y su mascullar de palabras griegas, jónicas y eólicas, que nos describen batallas sucedidas doscientos años atrás: la Guerra de Troya.
Homero es reconocido como el más antiguo poeta épico de Occidente, y nos dejó para deleite de filósofos, letrados, comunicadores, historiadores, entre otras muchas inclinaciones profesionales, y lectores en general sus dos más grandes obras: La Iliada y La Odisea, textos fundamentales para deshilar la historia de la antigüedad.
La Iliada nos narra episodios relativos a un período inferior a dos meses, entre los héroes aqueos Menelao, Aquiles, Agamenón y Ulises, y los troyanos Héctor, Paris, Polidano y Eneas, entre otros tantos personajes.
La Odisea, por su parte, relata las aventuras de Ulises (u Odiseo), superviviente de las guerras helénicas, en su largo y fortuito camino de retorno a Ítaca, donde lo espera su hermosa Penélope, quien no lo reconoce después de 20 años de ausencia (bueno: a veces a uno ni siquiera lo reconocen por las tardes, cuando regresa del trabajo), pero sí su hijo Telémaco y su padre, Laertes, quienes juegan el papel de celestinos para que la pareja separada por la guerra vuelva a reunirse, no sin antes desatarse una hollywoodesca orgía de sangre entre Ulises y los pretendientes de Penélope, que no eran pocos. Pero dejemos por lo pronto a Homero y a Ulises embelesado con Penélope, y volvamos al presente presuroso y enmarcado por los bombardeos en Irak. Hoy, a lo más que llegan los rapsodas cotidianos de los medios masivos de comunicación es a relatarnos alguna cursilona historia de soldados que hablan con toda esa autoridad que les confieren las bombas del comercio y de la muerte... y del comercio de la muerte.
Entre aquel Ulises de Homero y estos merolicos del humor macabro americano, no sólo hay casi 3 mil años de diferencia, sino que el relato de sus historias se diferencia por el verso cálido y cadencioso de Homero contra la pobreza lingüística de los églogas del mundo de la comunicación.
Se preguntarán ustedes ¿qué tiene qué ver un poeta de hace 3,000 años con los medios de comunicación de la actualidad?
Todo: recordemos que la herramienta fundamental del poeta (que transmite pasiones) y la del comunicador (que nos dice lo que ha sucedido) es la palabra.
Y es el manejo del lenguaje lo que marca la diferencia entre los cantos homéricos con su función poética y las notas tendenciosas de los noticieros con su esencia noética.
Aunque en esencia se hable de lo mismo: de la ira desatada entre los hombres de diversas épocas en busca de ampliar su poderío económico y militar; del ansia insaciable de controlar el mundo; de la ambición egocéntrica de seguir siendo el policía del universo, el que tiene derecho de arriar a las naciones unidas —al fin ganado de los imperios—, intervenir gobiernos y desaparecer pueblos con sólo aplastar un botón...
Ante esto, no sé si los poetas deban disfrazarnos la realidad para que la vivamos con menos angustia.
No sé si los medios de comunicación tienen el “sagrado” deber de manipular los hechos e informarnos de manera unilateral lo que está sucediendo aquí mismo o en cualquier región del mundo, con imágenes muchas veces editadas a favor de las causas económicamente más poderosas, para conocer a fondo lo que pasa.
Pero sí sé que el lenguaje marca una enorme diferencia entre el discurso gastado de los medios y la imaginería muchas veces refrescante de poetas como Homero, con sus casi tres mil años de antigüedad.
Volvamos de nuevo los ojos al pasado e instalémonos en México en los años de la Revolución.
En los campos del centro y norte de México se libran batallas entre mexicanos cansados, básicamente, de la explotación en el campo y sus consecuencias inmediatas, y mexicanos defensores del sistema político-social impuesto por Porfirio Díaz que favorecía a los caciques y a los extranjeros que amasaban enormes fortunas.
Como podemos ver, las causas de las guerras son siempre las mismas. Y como en todas las guerras, hay testigos, la mayoría de las veces anónimos, que registran los sucesos y lo resguardan para el futuro casi siempre en los diversos géneros literarios.
La Revolución generó el desarrollo de un género poético casi olvidado: el romance, que al ser musicalizado se convirtió en corrido.
En esencia, el romance, recitado o cantado, relata la historia inspirada en cualquier asunto que pueda despertar credulidad o que excite la sensibilidad del pueblo (milagros, apariciones de santos, predicciones fatídicas, hazañas revolucionarias, lances amorosos, sucesos trágicos, y hoy en día, la vida y obra de connotados traficantes de droga, cantados por Los Tucanes de Tijuana y Los Tigres del Norte ante cientos de miles de fanáticos en mega conciertos transmitidos por Televisa y la “Kaliente”).
Los romances eran corridos (de ahí su otro nombre) impresos en papeles de colores que ofrecían en calles y plazas vendedores ambulantes, quienes entonaban las letrillas acompañándose con un ritmo monótono en la guitarra.
Esto nos remite a los juglares de la edad media que vagaban de villa en villa informando a la población sobre asuntos capitales para la imaginación de los habitantes de aquellos lugares, aunque la mayoría de las veces el juglar inventaba lo que cantaba y en no pocas ocasiones cantaba asuntos que tenían algunos años que habían pasado.
Todos hemos escuchado alguna vez “La Valentina”, “La cucaracha”, “El corrido de Pancho Villa”, “El corrido de Emiliano Zapata”, “El barzón” y cientos de romances hechos corrido.
Alguien debe haberlos escrito en medio de la batalla o en la paz etílica ofrecida por una botella de tequila y los gritos de alegría o de dolor después de haber recogido a los muertos y heridos por las balas de una carabina 30-30.
Después, a lomos de un caballo prieto azabache se entonaban en un coro lánguido que se perdía entre el lomerío de los campos de Zacatecas, de Chihuahua, de Morelos, de Durango o de Sonora en aquellos años en que la revolución todavía no se volvía un gobierno de poco más de 7 décadas. Alguien, con un lápiz mordisqueado por las prisas, debe haber escrito aquellas letras presurosas al amparo de un anónimo colectivo que convertía en verdad los pasajes que el deseo de paz y justicia imaginaba en las largas tardes del verano o en las noches cuajadas de estrellas con el oído atento a los ruidos de la oscuridad del monte.
Las películas de Antonio Aguilar, de Pedro Armendáriz y de María Félix nos muestran a la soldadesca harapienta a caballo y a pie, y en medio de todos, a un personaje vestido ridículamente con saco polvoriento, bombín agujereado por alguna bala errabunda y lenguaje pulcro y elegante.
Acaso sería el maestro de algún pueblo perdido en el mapa del olvido o un licenciado venido a menos por cuestión de amores y alcoholes, pero indudablemente era el poeta de esa parte de la Revolución, quien escribía los decretos militares que su general no podía (porque no sabía) escribir, y las cartas de amor que los soldados jamás enviarían a sus mujeres e hijos porque al día siguiente serían acribillados detrás de un huizache, y en sus horas de esperanza se deshilaba en romances tiernos que con el tiempo fueron cambiando de sentido, de datos y de dirección, y terminaron siendo entonados por tecnobandas y cumbieros despiadados en los desfiles del 20 de noviembre.
Hoy, como entonces, alguien se esconde bajo la sábana del silencio y escribe poemas simples que después se hacen canciones que nos las bombardean todas las horas de todos los días en la voz del gritón Vicente Fernández o de esa industria llamada Luis Miguel.
Dicen que si el ser humano no lee poesía, no le pasa nada, pero algo puede sucederle si la lee y la gusta. Aunque no deja de ser peligroso en nuestra región inclinarse por la fantasía de lo poético: todavía hay quienes se susurran unos a otros, quitándose la boñiga de las botas “Cuidado con fulanito: se desvela mucho, no le gusta trabajar y se junta con gente muy rara, para mí que le gusta escribir poesía”.
Como decíamos, la poesía tiene una función, es parte del registro de nuestra memoria social: recordemos que los escritores nos abren la posibilidad de entender mejor los fenómenos que vivimos y que nos han hecho seres sensibles, pensantes y propositivos: en una palabra, inteligentes.
Los escritores han hecho de la literatura un decodificador de la realidad. Les ha costado tiempo y esfuerzo sobreponerse a la angustia que implica el trabajo en soledad sin la menor seguridad de difusión, de reconocimiento, de premio. Saben que no es posible reemplazar la vida —que nos hace felices o nos agobia, según el caso— por la ficción literaria, por ello son cuidadosos con sus historias.
Y saben también que el libro es una herramienta fundamental para comprender los fenómenos que conforman esa realidad ineludible que nos mantiene aquí y ahora: la vida misma, redonda y entera.
Además, ahí está el esfuerzo cotidiano de nuestros escritores, quienes siguen ofreciéndonos interpretaciones de la vida que nos enriquecen la capacidad de discernir entre las diferentes opciones de la esperanza.
Como se ve, a veces dios, esa fuerza misteriosa, profunda y omnipotente que mantiene en equilibrio al universo y sus alrededores, si juega a los dados con el corazón, y es entonces cuando el silbido del viento, el caer de la lluvia y los registros de la naturaleza más sencilla que es la esencia humana, nos rebasan y es cuando los seres vegetales e inanimados se vuelven seres de signos que el poeta percibe, y al romper la distancia entre la rosa y el objeto, adviene la palabra: la distancia entre la rosa y la palabra se quiebra; el poema es ya la rosa, la rosa es el poema.
Y el poeta entonces lo mismo puede comunicarnos su llamarada de ternura por los recuerdos de la infancia, los compañeros de la juventud, la amada huidiza, o su nostalgia por los caserones de pueblo natal, derruidos ante el embate del neoliberalismo:
Yo vide las rüinas de la patria mía
y me acordé de ti, Carlos Salinas...

jueves, 28 de mayo de 2009

Bolero de amor desamparado...

1. ¿Dónde estás en esta noche anochecida y desolada...? Lo recuerdo como si fuera hoy mismo: el aguacero despiadado en el techo nocturno del domingo, el dolor dulce de la soledad, tu ausencia amarilla en medio de los recuerdos más absurdos, tus ojos grises perdidos en la noche anochecida de esta noche, tu cuerpo desnudo bañado por el granizo caliente recién rescatado del olvido, tu olor a cieno y desesperanza ahí donde te puso el alcohol, la timidez de tus manos subiendo como insectos por mis piernas flacas, por mis muslos fláccidos de tristeza, por mi bajovientre abultado por la desidia, por el desamor, por la gula nostálgica de las tardes invernales de esta polvorienta ciudad abatida por el silencio: ¿dónde estás en esta hora de rabia hormonal, en esta erección fútil, en este ir y venir por los callejones del insomnio...?
2. Sí, lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este instante: la cinta blanca de tu cabello prometiendo un paraíso indescubierto, indisfrutado, intocado: tu cuerpo desvestido desde la cabeza hasta el alma, desde los poros hasta el aroma más profundo de tus cavidades, desde esa sensación de llanto incontrolable hasta la aspereza indescifrable de mis manos extraviadas en los rincones más tiernos de tu piel, en la oscura melancolía del mechón hirsuto de la entrepierna de los sueños, en la desazón amarga de tus pechos desolados, en la blancura tersa de tu espalda que baja hasta el universo de la felicidad: ¿dónde estás en esta hora de explosiones amarillas de mis huesos...?
3. Cómo no recordarlo: te he convocado tantas veces en la gris aventura de mi vida que ya me quedan pocas palabras para encender la imagen de tu sonrisa en el costado izquierdo de las paredes de mi memoria: las escenas pasan como tren fugaz saliendo de alguna parte perdida de la oscuridad: el frío de las once de la mañana en una banca de iglesia solitaria, la llovizna pertinaz en una carretera sin fin, la bruma de la noche hurgando las oquedades de tu cuerpo, la madrugada incierta con las manos en tus pechos endurecidos por el sereno, el oleaje de furia en el asiento posterior de un viejo auto desvencijado por el deseo, la borrachera desaforada un septiembre desbocado, el cemento helado en pleno julio, bajo el sudor del ríspido entrar y salir de los cuerpos sin palabras, ni futuro ni esperanza: ¿dónde estás en esta hora de aullidos temblorosos de mis huesos...?
4. Cómo no recordarlo: pasa tu rostro de mil colores, de dos mil ojos, de mil reclamos diferentes, de cientos de corajes acumulados, de quinientas desnudeces en la noche horizontal de la pasión, de un solo rencor doloroso y amargo, hediondo a pasiones podridas, a camas sin hacer, a ropa sin lavar, a dientes amarillos y obscenos, a sarro adherido para siempre en la porcelana barata de los excusados del alma; pero también pasa por esta memoria que se acaba tu cuerpo oloroso a sexo bien hecho, a brisa marina y salada como la textura del pubis del amor, y se queda en esta noche la fragancia de esa que has sido tú desde siempre, de esa mujer que extendió sus alas para guarecerme del sopor de este día que perfora las paredes de la nostalgia y gotea lenta, triste, animalmente desde mis ojos cansados de dibujar la soledad...

miércoles, 27 de mayo de 2009

Plegaria de la amargura

Nosotros, los que llegamos cansados de un trabajo que nos da lo insuficiente para permanecer conformes y conformistas ante la noticia de una violación tumultuaria...
Nosotros, los que a penas podemos deletrear nuestros nombres en la noche de la intolerancia y nos resignamos ante el aumento criminal del costo de los sueños...
Nosotros, los que creemos en un dios manipulado por los hilos de oro de hombres insaciables y no perdemos la esperanza de que un día dios se vuelva más dios...
Nosotros, los que envejecemos miserablemente por la angustia inacabable ante las ventanillas de un laberinto fantasioso llamado burocracia...
Nosotros, los que peregrinamos por las calles infinitas del desamparo rogando, implorando, deseando, pidiéndole al cielo un jirón de esperanza...
Nosotros, los que asistimos cada noche a la guerra negra de empresarios fabulosamente millonarios que no quieren dejar de serlo...
Nosotros, los que jamás de los jamases amasaremos más fortuna que nuestro cuerpo maltrecho bajo las estrellas profundas de la melancolía...
Nosotros, los que soportamos estoicamente las carcajadas lejanas de un duendecillo que alguna vez habitó las galerías subterráneas de una casita muy limpia y muy blanca del este de Irlanda...
Nosotros, los que contamos los días de miseria crónica que nos va desgarrando la felicidad con su ácida constancia en nuestras entrañas vacías...
Nosotros, los que creímos amar un sueño de luz azul que se extinguió bajo la flama enceguecedora de dos disparos a quemarropa...
Nosotros, los que hemos hecho de la impunidad cotidiana de la delincuencia un rosario de temor pero más de agonía...
Nosotros, los que cada semana disimuladamente adquirimos un cachito de aliento para hacernos las ilusiones de que podemos salir de la incertidumbre...
Nosotros, los que después de tantos años de discurso virtual aún seguimos con la esperanza del bienestar para nuestras famélicas familias...
Nosotros, los que vamos por la vida como ir ensayando los pasos de un vals gris que cada día se nos va ensuciando con el cansancio de la muerte...
Nosotros, los que quisiéramos que nuestros hijos llevaran para siempre ese gesto tranquilo que los bendice cuando duermen lenta, profundamente...
Nosotros, los que hemos muerto tantas veces al cruzar el desierto candente de la miseria hasta alcanzar la inmortalidad...
Nosotros, los que desayunamos cada día esa bilis inacabable que nos fastidia a dentelladas grotescas el futuro...
Nosotros, los que todo creemos sin tacha ni duda, sin chistar, sin una nube de reproche en nuestras almas desgarradas por un algo parecido a la muerte...
Nosotros, los que nos congregamos en torno a esa nueva unidad nacional llamada recesión...
Nosotros, los que idolatramos a un puñado de palomas mensajeras de lo necio que la televisión se ha encargado de multiplicar al infinito...
Nosotros, los que cada noche nos acostamos con la esperanza de un México mejor prendida en el alma... ¿en verdad existimos...?

martes, 26 de mayo de 2009

La Universidad es patrimonio de la sociedad

A LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA. A LA SOCIEDAD EN GENERAL
Como trabajador universitario, como padre de familia, como miembro de una sociedad preocupada por el estancamiento de las negociaciones que ha mantenido a la Universidad de Sonora en un estado de inactividad académica durante más de 50 días, con el consecuente atraso en sus programas escolares, de investigación, de atención a los grupos desprotegidos y de servicio social a amplias capas de la comunidad, y con el ánimo de motivar una reflexión que estimule a las partes en conflicto a buscar el acercamiento necesario para reanudar las pláticas que arrojen una solución rápida, equitativa y equilibrada en beneficio de todos, a título personal me permito manifestar lo siguiente:
La Universidad de Sonora es una institución pública, y como tal es patrimonio de la sociedad. No tiene dueños: no pertenece a la administración ni pertenece a los gremios de empleados y maestros ni a los trabajadores de confianza; no pertenece a los estudiantes ni pertenece a sus padres, que en su mayoría hacen grandes esfuerzos para que sus hijos asistan a recibir educación superior de calidad en las instalaciones universitarias y forjarse un futuro menos incierto.
Unos y otros formamos parte del activo más importante que puede tener una institución: sus recursos humanos, con sus aspiraciones personales y esperanzas colectivas perfectamente legítimas cuando se exigen dentro de los marcos legales y de respeto a los esfuerzos, aspiraciones y esperanzas de segundas y terceras personas. Esto aplica para todos.
Como desde hace 66 años, empleados, maestros, estudiantes y administradores formamos un solo grupo que buscamos que las funciones sustantivas de la Universidad de Sonora se desarrollen en armonía con los intereses particulares de cada gremio y con las obligaciones que nos impone nuestra relación con la institución. Siempre ha sido así.
Históricamente, aún en sus épocas de mayor tensión social, la administración universitaria ha velado porque los recursos de la institución se apliquen como la normatividad respectiva señala, sin descuidar el buen funcionamiento de los mecanismos administrativos ni desviar los recursos señalados para tareas específicas; y los gremios de empleados, maestros y administrativos, por su parte, han realizado cotidianamente sus labores en favor de una sociedad que nos rodea y nos da vida y sentido: las miles de familias que nos confían la formación de sus hijos en un marco de respeto, equidad y solidaridad con aquellos que no han tenido el privilegio de acceder a la educación superior.
Lo hemos hecho así porque sabemos que, por naturaleza, la Universidad de Sonora no es una isla ni es un ente dividido de por sí, pues entendemos que en la base filosófica de un problema con visiones encontradas, como el que actualmente vivimos, lo que nos separa es lo mismo que nos une: la institución y nuestra visión sobre ella.
Con todo, la Universidad es una institución que se debe a la sociedad, que vive y convive en ella, que recibe recursos públicos y que debe responderle a la ciudadanía con resultados que propongan un beneficio social para todos, que impacten de buena manera en su vida cotidiana y que mejoren su calidad de vida. De otro modo, nuestro trabajo no tendría sentido.
Lastimosamente, al día de hoy hemos acumulado una gran deuda con la sociedad, que nos reclama con todo derecho que no estemos cumpliendo con nuestra principal obligación moral: formar profesionistas de calidad en todos los aspectos para que fortalezcan los tejidos sociales de Sonora y de México.
La sociedad ha constatado fielmente que estamos sufriendo de manera involuntaria una de esas crisis que ponen a prueba a las instituciones, sobre todo a las instituciones públicas, siempre en riesgo de ser tomadas como rehenes por intereses fundados en la visión ambigua de que lo público nos pertenece a todos; sin embargo, en un contrasentido simple, las crisis también miden la solidez de los cimientos de las instituciones: sabemos que más que el esfuerzo individual, es con el esfuerzo colectivo como sociedad que podemos soportar los embates de la incertidumbre, y salir avante de la adversidad, con los pequeños o grandes aportes que cada uno hagamos en favor de nuestro estado, su gente y sus instituciones.
La sociedad ha sido testigo de calidad en el largo y desgastante proceso por el que atravesamos: conoce ampliamente las demandas económicas presentadas por el sindicato y las propuestas que la administración ha hecho, que ciertamente han sido superiores a la media nacional, y ha compartido nuestra preocupación por no haber encontrado aún el camino para terminar el conflicto sin recriminaciones ni riesgos a corto plazo ni amenazas a futuro.
La sociedad sabe que la Universidad de Sonora recibe de los gobiernos federal y estatal los recursos para conformar su presupuesto anual, del cual se desprenden los sueldos y beneficios económicos que todos los trabajadores universitarios percibimos; sabe que la institución somete ante los legisladores federales y locales la propuesta de presupuesto y que, finalmente, es en las cámaras donde se deciden los montos y cantidades que se destinan a las diversas partidas presupuestales y que le permite hacer frente a las diversas demandas que sobre salarios y prestaciones demandan sus trabajadores.
En otras palabras, la sociedad entiende que los incrementos ya están autorizados mucho antes de ser solicitados por los gremios o por iniciativas personales, y que no existe una bolsa especial de donde extraer los recursos para aquellas peticiones que rebasan lo autorizado por los congresos. Así, la sociedad percibe también que no hay razón para mantener paralizada a la Universidad de Sonora por posiciones que se han polarizado acaso sin sentido, en vista de que se han agotado las posibilidades de dar respuestas afirmativas a peticiones que no se pueden cumplir por no estar contempladas en las asignaciones recibidas para el presente año.
¿Acaso todo se reduce –como han indicado los medios y comentaristas locales, fracturando aún más con sus intervenciones desafortunadas las relaciones entre las comisiones negociadoras– a una simple pero igualmente perjudicial defensa de posturas grupales, una aparente competencia en la que se están midiendo fuerzas… y que justamente es donde radica la debilidad de esa lógica que la sociedad no entiende porque no la encuentra?
Será tal vez, como dice la profesora Josefina de Ávila Cervantes, Maestra Emérita de la Universidad de Sonora, en su libro La literatura como Ciencia Social. Aportaciones a la Etología Humana, que no hemos sabido encontrar, ni como individuos ni como colectivos, los caminos establecidos por la inteligencia, el respeto y la observancia del bien social porque hemos antepuesto nuestro propio ego, entendido como el principio de toda dialéctica, y contrapuesto al principio de los demás:
“¿Por qué no somos capaces, ni entre hermanos ni entre amigos o compañeros de especialidad, de buscar juntos respuestas a problemas que nos afectan a todos? Generalmente se inician diálogos que terminan en discusión y sin avanzar sobre lo propuesto. Y ello, habiendo interés común en hacerlo. Al detenerse en vivo a observar-se, descubre uno que el ego es más fuerte que los deseos de conocer. Se fantasea sobre tal deseo. Uno quiere ser quien lo sabe todo. El otro debe supeditarse; pero el otro también quiere ser oído y no se supedita. Pasa demasiado seguido entre intelectuales para no advertirlo. Se apela a la autoridad —necesariamente—, y se recurre a las fuentes de información, otras autoridades. Los científicos han encontrado una manera de eludir tan torpes como estériles discusiones recurriendo al sentido del humor... y a la demostración. Sin embargo, el problema sigue allí y se va resolviendo según la calidad y la mayor jerarquía de las autoridades a las que se apela. Se supone, falsamente como muchas otras suposiciones, que se está partiendo de lo mismo: la realidad, para llegar a una claridad mejor sobre la misma. ¿Qué sucede entonces? ¿Dónde está el error? Hay buena fe intelectual, hay deseos de conocer y aclarar, hay suficientes fuentes de información. Luego, el problema es otro y, desde luego, involuntario: el ego de los contendientes y, en él la estructura mental psicológica que va a hacer de las suyas sin que nadie lo advierta. No se puede renunciar así como así, a lo que uno sabe; a lo que uno ve (¿veremos acaso lo mismo?) y a lo que uno ha construido a lo largo de su vida. La mayoría de las polémicas nace de defender el yo frente a los otros yo. Porque desconocemos que hay otra vía, expedita y válida para conocer: la de saber observar, la de saber escuchar, sin que el yo intervenga...”
Quizá no sea una exageración mía subrayar que todos sabemos que no está en discusión la huelga como herramienta de presión: se reconoce; no está en discusión la legalidad de la huelga y sus demandas: se reconocen; pero tampoco están en discusión los ofrecimientos económicos de la administración, ya que han llegado al tope que se puede ofrecer ni está en discusión la propuesta del STEUS de que se desvíen recursos etiquetados para acciones académicas y otras funciones institucionales, con el fin de satisfacer las demandas económicas del sindicato, pues hacerlo significaría entrar al terreno de la ilegalidad.
Ante todo, lo que debe de reflexionarse es el impacto negativo que la paralización de labores tiene sobre gran parte de la sociedad sonorense, a saber: estudiantes de los diferentes niveles de la educación superior que imparte la institución; maestros e investigadores cuyos proyectos se han paralizado; trabajadores y administrativos, que deberán redoblar esfuerzos para recuperar parte del tiempo que ha pasado; padres de familia, proveedores y ese estrato de la población que menos recursos tiene y que son los usuarios de los servicios universitarios (de bufetes, laboratorios y acciones de servicio social).
No está de más considerar que, en rigor, en este conflicto no hay culpables: ni tiene la culpa el rector Pedro Ortega ni la tiene Dorotea Gámez, dirigente del STEUS, de la situación que ahora prevalece en la Universidad, pues ellos son quienes encabezan transitoriamente dos partes contrapuestas por naturaleza, y deben responderle al segmento que representan: ella, a los trabajadores agremiados; él, a los padres de familia y a la sociedad en general.
Igualmente, en términos simplistas, si acaso hubiera un culpable en la situación que atraviesa la Universidad, ese culpable sería la crisis económica permanente que ha vivido nuestro país durante varias décadas y que durante los últimos años se ha agudizado tanto para los gremios de trabajadores como para la obtención de presupuestos que satisfagan con suficiencia las demandas que se presentan cada año. Pero ni eso es razón suficiente para realizar actos que perjudiquen a segundas y terceras personas, porque entonces sería el argumento perfecto para establecer la anarquía total.
Antes que nada se debe reconocer que no puede haber una actitud conciliadora cuando no existe un discurso conciliador, sino uno que polariza las posturas, abonado por los comentarios, bienintencionados y/o no, de algunos editorialistas.
A mi parecer, este es un proceso que se ha contaminado por tanto tiempo que ha pasado y por la profusión de foros en internet que en defensa de la libertad de expresión abren su espacio para relajar las opiniones al grado de volverse ataques viscerales que se pierden en la cursilería de los apodos, la numeralia inútil, el linchamiento mediático de los grupos en pugna, los señalamientos enfermizos a los rasgos físicos y las filiaciones políticas de los personajes.
Si bien es cierto que existen muchos periodistas que han pervertido la actividad de comunicar e informar a la comunidad, también es cierto que la ciudadanía requiere de información veraz, objetiva, honesta y transparente. Sin embargo, la intervención de algunos comunicadores que, en su legítimo afán por sobrevivir como un segmento vivo de la sociedad, realizan intervenciones cotidianas en los medios basadas muchas veces en lo ilegítimo, llegando al caso de denostar y calumniar a los actores principales de este proceso, ha desviado la atención hacia terrenos que impiden que las negociaciones avancen.
Ante tal exceso de vocinglería contaminante, las voces que realmente deberían de escucharse en primera instancia, la de quienes encabezan las negociaciones, quedan sepultadas bajo un ruido que no ayuda a que haya un acercamiento, por el contrario: agudiza las posiciones, encontradas por naturaleza, y finalmente deja un sedimento de incertidumbre y amargura en los lectores o radioescuchas y/o televidentes que se acercan a los medios a buscar los argumentos inteligentes de los columnistas para tratar de entender esas posturas y buscar la manera en la que todos podemos aportar al menos un poco de lo que somos y sabemos para encontrar una solución que resuelva el problema de manera inmediata y que, a la vez, allane el camino para futuras negociaciones.
Por ello, como trabajador universitario, como padre de familia, como miembro de una sociedad preocupada por el estancamiento de las negociaciones que ha mantenido a la Universidad de Sonora en un estado de inactividad académica durante más de 50 días, hago un llamado respetuoso a la administración universitaria y a los representantes del gremio de los trabajadores y empleados de la Universidad de Sonora para que revisen con toda objetividad los ofrecimientos, que ponderen la situación que priva en nuestro país, donde el tiempo y la educación son recursos que no se deben derrochar en vano, y tomen en cuenta la preocupación creciente de la sociedad ante la paralización de las actividades universitarias, que afecta directamente su ya debilitada economía familiar.
Es necesario adoptar posiciones conciliadoras, dejando de lado toda la contaminación mediática, para buscar de manera armónica soluciones reales a un conflicto universitario que nos afecta como individuos y como sociedad.
Desde luego que habrán de quedar temas pendientes sobre la mesa, acaso una consulta abierta a la sociedad en defensa y revisión de la educación superior en Sonora, establecer mecanismos públicos para futuras negociaciones y demás puntos que habrán de fortalecer las estructuras universitarias.
Aún con eso, es tiempo de tomar decisiones que contemplen a los demás, incluso a nosotros mismos, y que les permitan proseguir su vida laboral y académica con toda normalidad posible. Como sociedad debemos estar convencidos de que si ponemos más atención a lo que nos une en vez de aquello que nos separa, se podrá llegar a un pronto arreglo. Y lo que más nos une en este momento es nuestra indiscutible vocación de servicio siempre en busca de un amplio beneficio social, sobre todo de los jóvenes que han confiado en nosotros para formarlos como mejores ciudadanos.
Es lo menos que podemos hacer en favor de todos los que formamos parte, como comunidad universitaria o como sociedad, de la Universidad de Sonora, el mayor patrimonio de los sonorenses. Recordemos que aunque la Universidad no tiene dueños, todos tenemos la obligación moral de fortalecerla como nuestra máxima casa de estudios con propuestas integradoras, positivas y con visión de beneficio para todos, donde no tienen cabida las descalificaciones y las opiniones del facilismo y la falsedad que nada aporta al desarrollo sostenido de una institución como la Universidad de Sonora. La Universidad nos necesita a todos: es hora de volver la vista hacia ella para ofrecerle nuestra ayuda como universitarios, como trabajadores, como padres de familia, como sociedad.
(Yo creo que la foto que encabeza esta columna es del Felipe Larios Velarde. Si no es de él, pues será de alguien más. Gracias de todas maneras por su aportación involuntaria).

lunes, 25 de mayo de 2009

¿Usted les cree a los periodistas? ¡Yo tampoco!

¿Usted le cree a ____________? (en esa línea puede escribir el nombre del o los periodistas que usted guste, de aquí o de allá, que donde quiera se conducen igual). Yo tampoco. Y menos cuando su tema es la política… o mejor dicho: los chismes sobre políticos, que es lo mejor que sabe hacer. Por decirlo así, _____________ es la Paty Chapoy de la farándula politiquera: defiende su empresa (en el caso de ______________, defiende de manera obscena al candidato que más dinero le ha metido al bolsillo: usted sabe, amigo lector, cuestión de ética periodística y de dignidad profesional, dicen) hasta con los dientes; la defiende como López Portillo (el popular Jolopo) juró defender al peso: como un perro… perro presidencial, ciertamente, pero perro al fin.
Así defienden algunos columnistas, editorialistas, conductores de informativos y demás fauna nociva a los candidatos que les han prometido el cielo y las estrellas del dinero: como perros. Y como perros van por la vida esos jirones de periodistas, arrastrando su credibilidad como si fuera su sombra, enlodándola, trapeando con ella lo que alguna vez hicieron de bueno.
Seguro que así terminarán: repudiados por una sociedad que ha crecido, que se ha cultivado, que ha tenido la oportunidad de leer otras páginas, ver otros informativos, escuchar otros programas radiofónicos; de tener internet en casa y acceder a plumas (¿o teclados?) de veras internacionales, que se han preparado, que han trascendido la inmediatez que ofrece la localía de la ignorancia, esa tarjeta de presentación de tantos y tantos individuos rastreros que el cielo de la política nos tiene prometidos y que han llegado a los medios intentando hacerse ricos a costa de su propia ¿dignidad?.
La ciudadanía ha crecido. Sin embargo, parece que la enorme mayoría de los francotiradores ocultos detrás de un medio de comunicación no quiere darse cuenta de ello: intenta seguir el juego de la manipulación mediática, está obsesionada con seguir faltándole el respeto a una sociedad que lo que requiere es precisamente lo contrario, medios y periodistas que le ayude a alcanzar una mejor calidad de vida; profesionales del periodismo que le ofrezcan las herramientas de la inteligencia, motivos para la reflexión, una dosis de filosofía práctica cada día y mucha menos estupidez desarrollada generalmente en párrafos mal escritos y con pésima ortografía, aunque los errores de sintaxis y las faltas ortográficas pueden pasar, pero no –nunca más– el intento por seguir jugando al Goebbels de pacotilla para seguir machacándonos con aquello de: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad», punto central de los 11 principios del ministro de propaganda nazi.
De esas verdades falsas ya estamos hasta la coronilla. Ya estamos hartos de las mentiras de casi todos los políticos y del eco vergonzante que hacen de ellas la mayoría de los periodistas, esa a la que ya le llegaron al precio y que sin empacho asume que los ciudadanos son una manada de bestias que hay que seguir arriando, mientras le paguen adecuadamente el trabajito, obviamente.
Aquí conviene recordar los 11 principios de Goebbels y compararlos con lo que practica la mayoría de los periodistas, especialmente __________________ (ya sabe a quién nos referimos, porque usted tuvo la gentileza de poner el nombre en la raya):
1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. "Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan".
4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
5. Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada, y su comprensión, escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6. Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.
7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
9. Principio del silencio. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines. (Aquí nos faltarán rayas para poner nombres de medios y de periodistas).
10. Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.
Y nosotros, como sociedad, tenemos la obligación de hacer a conciencia la diferenciación entre la buena información y la basura que a diario nos ofrecen nuestros medios. Somos corresponsables de lo que nos sucede, y podemos y debemos ponerle un alto a la herencia diaria de desperdicios que los medios creen que vamos a recibir sin chistar.
No necesitamos hacer una revolución armada con pasamontañas para darle un correctivo a los medios: con cambiarle al canal o a la estación o darle vuelta a la hoja es suficiente para que se den cuenta de que hemos dado un paso hacia adelante en busca del respeto que nos merecemos, y que ellos nos necesitan tanto como nosotros a ellos para construir una mejor sociedad, más democrática, más respetuosa de sus instituciones y empresas, y sobre todo más digna para todos. Si los medios no piensan así, devolvámosles la basura, su propia basura, hasta que el silencio los asfixie en sus propias heces mentales.
Con ello, la mayoría de los políticos habrán de cambiar su discurso demagógico por uno de contacto directo con los ciudadanos, un discurso que deje la retórica vacía por las propuestas sólidas que hasta ahora, con las mentiras amparadas bajo el manto de los 11 principios de Goebbels y cacaraqueadas hasta el infinito por los periodistas de la indignidad, no han hecho su aparición…

Roma nun fà la stupida stasera

(RAMON BESA. EL PAIS. Barcelona 25/05/2009) Joan Manuel Serrat (Barcelona, 1943) y el escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), dos símbolos del barcelonismo, conversan sobre la final de Roma, sobre Guardiola y sobre unas cuantas cosas más del Barça alrededor de una botella de agua y un cacaolat, signo de nuevos tiempos para el cantautor y el escritor, figuras célebres del país, personajes que invitan a la reflexión y a la calma con la palabra mientras su música y su literatura conquistan por igual a los que se sitúan a uno y otro lado de la raya: la que separa a los apasionados del fútbol de quienes no lo pueden ni ver.
Vila-Matas. Aún recuerdo la primera vez que te vi cantar. Fue en la Facultad de Derecho. Hablamos de 1966, diez años después de ir a Les Corts en un Barça-Sevilla. Al Sevilla lo entrenaba HH [Helenio Herrera] y del equipo recuerdo a Ruiz Sosa.
Serrat. Yo era del Barça desde pequeño, pero no pude ir a Les Corts hasta que mi tío Antonio me llevó en un amistoso contra el Botafogo. Tardé tiempo en volver. Veía jugar a los equipos de Tercera en el Poble Sec y al único campo que podía ir era al del Espanyol porque Arévalo, el botiguer [tendero] del barrio, era un gran perico y una gran persona y me invitaba con la esperanza de que me hiciera del Espanyol. Nunca lo consiguió. Al Barça yo le conocía por los cromos y por la radio. Nunca vi jugar juntos a Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón [la célebre delantera de la canción Temps era temps]. Hasta que gané algún dinerillo y no fui al campo: no tenía posibilidades ni con quién acudir. Me hice socio en cuanto empecé a cantar.
Vila-Matas. A mí me hizo socio mi padre en la inauguración del Camp Nou, en 1957; de ahí, que mi número de carnet sea bajo: un dos mil y pico.
EL PAÍS. Hablamos de los años cincuenta y del equipo de Les Cinc Copes, uno de los mejores, junto con el de HH, el dream team, el de Ronaldinho y el actual. ¿Son comparables?
Serrat. Equipos distintos en épocas diferentes. A cada uno hay que contextualizarlo. El de Les Cinc Copes difícilmente aguantaría un partido en la actualidad. El fútbol se juega a otra velocidad y los marcajes eran diferentes. Tampoco tiene nada que ver con el de los setenta. Mejor no comparar. A aquel equipo, en cualquier caso, yo sólo lo vi en la plaça de Sant Jaume a su regreso de ganar la Copa Latina, cuando mi padre me llevó a cuestas hasta montarme en una columna para que participara del homenaje. Al primer equipo que recuerdo es al de Suárez y HH. A partir de 1958-59.
Vila-Matas. Eran muchos y muy buenos. Se defendía con catalanes y sobraban delanteros. Evaristo, Czibor, Kocsis... En los partidos en campo contrario, HH ponía a Ribelles y Coll. La lástima es que el equipo sólo duró dos años. Apareció el problema Suárez-Kubala.
Serrat. Hubo muchos cambios en poco tiempo. Kubala acabó por irse al Espanyol y Suárez al Inter. Representaban dos maneras muy diferentes de jugar y podían haber sido complementarios. Suárez era un futbolista moderno que jugaba para el equipo.
Vila-Matas. Suárez significó la aparición del fútbol moderno en el Barça. Es posible que siga siendo el mejor jugador español de todos los tiempos. Dejarle marchar fue como si ahora permitiéramos que Iniesta y Messi se fueran al Manchester. Un error histórico. Sospecho que el socio de finales de los cincuenta era en general muy conservador y de un sentimentalismo blando. Prevaleció la lágrima, es decir Kubala, a la inteligencia y modernidad de Suárez. Aquella fuga convirtió al equipo en un erial. Recuerdo que, cuando Kubala se fue al Espanyol, Vida Deportiva escribió que se había vendido por un plato de lentejas.
Serrat. El barcelonismo se ofendió, pero después perdonó a Kubala. También había llegado al Barça por un plato de lentejas. Kubala siempre fue muy barcelonista. La manera de entender la casa, el equipo, siempre será diferente a la que pueda tener un futbolista de ahora [el juego de Kubala quedó inmortalizado en una canción del propio Serrat].
EL PAÍS. ¿Cuál sería el hilo conductor de la historia del Barça? ¿A través de futbolistas? ¿De entrenadores?
Vila-Matas. La línea noble sería HH-Cruyff-Guardiola.
Serrat. Y Daucik; probablemente, sí. Hay momentos fantásticos.
Vila-Matas. El caso de Guardiola es especialmente revelador. Más que saber mucho, que también, conoce muy bien a la gente del Barça. No ha tenido que aprender nada porque ya lo sabía. Van Gaal, en cambio, tardó cuatro años.
Serrat. A veces, sin embargo, por mucho que conozcas a la gente, la pelota no entra. Si el partido del Numancia, el primero de Liga, se hubiera repetido tres o cuatro veces, probablemente Guardiola estaría en otro sitio. En su momento, cuando Guardiola era un futbolista emblemático, se fue y no recuerdo ninguna manifestación en Canaletas ni en Sant Jaume. Y fue un futbolista tan carismático como se dice ahora. Josep sabe de la importancia de los resultados y que si el marcador le es adverso alguna vez las cosas cambiarán. El trabajo de los entrenadores es muy duro.
Vila-Matas. A mí lo que más me gusta de Guardiola es que sea partidario de la cultura del esfuerzo, un fanático del fútbol, que se tome su faena con pasión, inteligencia y habilidad.
Serrat. Fue siempre un futbolista equilibrado, con sentido común, sensato. Uno no lee a Martí Pol porque sí. Ha llevado a la práctica las cosas que eran posibles en función de cuanto había aprendido. Ha podido hacer lo que quería hacer, le ha salido bien, la gente disfruta y a nosotros se nos cae la baba. Que dure. Tiene criterio y, de momento, se le respeta. Estaría bien que se le llegara a respetar como a Alex Ferguson en el Manchester, es decir, en los buenos tiempos y en los malos. Aquí, en nuestro país, cuando aprieta el mal tiempo y hace frío, en vez del paraguas sacamos a alguien para que se moje y sepamos si llueve mucho o poco. No hay que caer en el dramatismo cuando el marcador es adverso, sino insistir con lo que nos ha ido bien. Todo lo que está sucio hay que lavarlo y lo que está podrido cortarlo. Y hay que respetar a la persona.
Vila-Matas. Guardiola es inteligente, elegante, simpático, cordial, de buenas maneras. Representa el sentido del trabajo bien hecho. En la generación de David Trueba hay gente así. Huyen del síndrome de la caspa y del taxista nazi. Dedicación máxima al trabajo en oposición a la cultura de la jeta, tan sublimada en España. Y, además, es listo porque es valiente; si uno no se arriesga, no hace nada en la vida. Ha sabido ver que, sin esa grandeza del coraje en la búsqueda de la victoria, que no es incompatible con la lúcida visión de nuestra condición de indigente, se vive sin duda mucho peor. Está bien fracasar, es incluso elegante, pero aún lo es más el triunfo. Y es muy educado.
Serrat. Rijkaard también lo era y Robson, que tuvo un hijo que se llama Mourinho, quien, por cierto, es bastante mal educado y mira qué bien le va, tanto que incluso algunos serían capaces de ficharle.
Vila-Matas. Hay una ola de felicidad que no está nada mal. Guardiola ha sido tan prudente como ambicioso: el equipo ha ganado la Liga, la Copa y puede conquistar la Champions. Yo, con vistas a la temporada que viene, incluso le recomendaría que dejara la Copa o ampliara la plantilla.
Serrat. No creo que sea una buena solución. El Barcelona debe jugar para ganar cuantos torneos disputa. No puede esconderse. Además, ha ocurrido que lesiones como las de Milito no nos han dejado vivir más tranquilos. A mí me gusta la actitud de Guardiola, y más en la Copa, torneo que ha disputado con un equipo al que ha respetado hasta la final. Es tan importante ser como creértelo.
EL PAÍS. El equipo ha tenido un sentido muy coral y solidario, alejado del culto a las estrellas, tan pernicioso históricamente en un club como el azulgrana.
Vila-Matas. Hubo un momento en que se hablaba de messidependencia. Hasta hace unos 15 partidos no se acabó con la copla. Ahora se habla de su integración al equipo.
Serrat. También se habló de la dependencia de Henry y de Iniesta. Hay varios jugadores desequilibrantes. Antes, cada equipo tenía una alineación fija que competía en una Liga de 16 clubes, cosa deseable. Igual en poco tiempo se impone la Liga europea y la española pasa a mejor vida. Hay excesivos partidos, los jugadores acaban agotados, explotados por el calendario, por la FIFA y la UEFA. Pero, ciertamente, el Barcelona ha jugado como equipo.
Vila-Matas. El año pasado, con Guardiola, el Barcelona Atlétic ya jugaba de forma colectiva. Puede que fuera menos espectacular o, al menos, lo parecía porque la gente estaba acostumbrada a Ronaldinho y algunas de sus actuaciones eran un poco circenses.
Serrat. Yo ya tengo un buen recuerdo del partido contra el Numancia. El resultado fue decepcionante, pero el juego hacía prever que iba a pasar algo a corto plazo. La derrota en Soria y el empate contra el Racing fueron marcadores engañosos, aunque también algunos resultados positivos puede que hayan sido excesivos.
Vila-Matas. El cambio más espectacular es que la gente no se ha podido permitir llegar tarde al campo: había que estar pendiente del juego desde el primer minuto.
Serrat. Los futbolistas salen como fieras y no es fácil que 15 jugadores de diferente formación y nacionalidad no paren ni un minuto, que defiendan por igual, desde Messi hasta Alves, y que al rival ni siquiera le dejen pensar. Es fantástico. Hay alguien que se ha esforzado mucho y se ha ganado la credibilidad. Guardiola se lo ha ganado, pero también es verdad que el aficionado quería que eso pasara, que ganara el equipo y que ganara Josep. Hay mucha alegría por Josep. Mucha gratitud.
Vila-Matas. La gente ha estado por el partido y no por cuanto le rodea, como la prensa del corazón. Guardiola ha conseguido que la gente se interese por el juego.
Serrat. Ahora nadie habla sobre si los jugadores salen o no y los aficionados no discuten sobre sus relaciones, sus salidas, ni nada por el estilo. No se duda de su actitud. Al Chelsea, por ejemplo, se le ganó después de insistir una y otra vez por más plus de calidad que tenga el Barcelona. Y era muy difícil. Hay gente que tiene al Chelsea por un equipo de bestias y ya me gustaría a mi tener bestias como Drogba, Terry o Essien. El Barcelona no desiste en su esfuerzo y va a por el partido sin complejos
Vila-Matas. Ya no hay complejo de inferioridad respecto al Madrid: HH, Cruyff y Guardiola no participan del victimismo. Puede que el Madrid haya sido siempre un equipo más racial.
Serrat. El Madrid ha tenido equipos míticos, como el de las cinco Copas de Europa, equipos ordenados dentro y fuera del campo, como el de La Quinta del Buitre. El Madrid empieza a tener problemas en el campo cuando pierde la dirección fuera. El equipo necesita estar bien dirigido social, económica y deportivamente. Ahora, el Barcelona ha conseguido la tranquilidad que antes no tuvo con la misma directiva. La presencia de Guardiola ha sido decisiva, por lo que es y por lo que representa: la gente de la base. Una buena organización y una buena dirección son importantísimas. A veces nos olvidamos que el Barcelona no supo gastarse el dinero.
EL PAÍS. Más que los fichajes, ¿la clave es la cantera?
Vila-Matas. Tiene mucho peso en el equipo y en la selección. Xavi, Iniesta y hasta Messi son jugadores muy significativos. A excepción de Alves, apenas hay brasileños y, sin embargo, los brasileños van con el Barça en la final.
Serrat. Hemos fichado muchos jugadores, pero que procedían de equipos puente: Ronaldo, del PSV; Rivaldo, del Depor; Deco, del Oporto... Quiere decir que alguien se anticipó y que la tarea de captación no funcionaba bien. Recuerdo también a La Quinta del Buitre. Puedes montar un equipo a partir de lo que tienes, sabiendo que los jugadores que compras tienen una vida corta en tu equipo. Hay que aprovechar su momento porque después los pierdes. La gente que viene de fuera tiene que aprender las costumbres, el idioma, a veces hasta dos. A poder ser, mejor incorporar a un niño de Albacete o Rosario de 13 años.
Vila-Matas. A mí me gusta el estilo del Barcelona Atlètic. Cesc debería volver. ¡Mira a Piqué!
EL PAÍS. El cambio se explica entre otras razones por la salida de Ronaldinho y el protagonismo de Messi.
Serrat. El arte de ambos se basaba en su rapidez. Ronaldinho funcionó de forma excelente mientras le acompañó el físico: siempre le hacía la pirula al defensor porque le ganaba cinco centésimas de segundo en cada jugada. En el momento en que las circunstancias y la vida, y las circunstancias que acompañan la vida, le hicieron perder el punto de forma se convirtió en un jugador vulgar. Fíjate en el Milan. Sólo sirve para hacer anuncios. Y Messi basa su fútbol en un punto de velocidad imposible: es una sorpresa saber por dónde saldrá. La diferencia entre ambos es que Messi baja a defender, por más que a veces pone nervioso a la gente. Tiene momentos en que parece que se ausenta, pero, cuando vuelve, despierta a todos. Es un jugador fantástico que aún puede progresar. El mejor del mundo.
Vila-Matas. Puede llegar a ser un jugador del nivel de los cuatro indiscutibles: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Me gusta mucho el fútbol argentino y Messi es una combinación de ese fútbol y del estilo creado del Barça. Ese híbrido es el mayor invento de los últimos tiempos. Al igual que Iniesta y Xavi, Messi es un jugador muy brillante y sabe sacrificarse. Únicamente piensa en el fútbol y no en ir a la peluquería. Guardiola ha sabido convencerle de que sea un jugador de equipo. Ronaldino me parecía muy circense y disneylándico, incapaz de ser un jugador de equipo. Su risa permanente no me producía alegría, sino una verdadera angustia. No olvidaré el día en que se marchó del Barça, con la sonrisa congelada. No olvidaré la mirada terrible que lanzó desde el coche. Me pareció, me sigue pareciendo, un enigma. Estoy de acuerdo contigo. Para jugar tenía que estar en plenas condiciones. Cuando éstas, por la extraña vida que llevaba, empezaron a fallarle, se convirtió en una rémora y un fantasma: nos hizo perder una temporada entera.
EL PAÍS. ¿Les recuerda Messi a Maradona?
Serrat. Maradona era un jugador punta, pero también un director de equipo. A Di Stéfano te lo encontrabas incluso de defensa central, era un todoterreno, estaba en todos los sitios, jugaba de punta a punta. Messi actúa en función de la otra gente. Al Barça le dirige un centro del campo espectacular: Xavi-Iniesta.
EL PAÍS. ¿Qué pronóstico tienen para la final de Roma?
Serrat. Me encontraré con mi hija y estaremos preparados para abrazarnos en cualquiera de las dos circunstancias que pueden darse.
Vila-Matas. Son los dos mejores y puede ganar cualquiera. Soy partidario de la felicidad, pero, si pienso que ganaremos, entonces no ganaremos, así que no digo nada.
Serrat. Recuerdo las finales que hemos perdido: la de Berna, en 1961, en un partido en el que la pelota iba de poste a poste del portero del Benfica y a Ramallets, en cambio, le puteó el sol; la de Sevilla, en 1986, contra el Steaua, que no teníamos que haber perdido nunca. Y la de Atenas, en 1994, cuando el Milan nos dio un repaso pese a que teníamos un equipo fabuloso y creíamos que el encuentro sería muy equilibrado. Y, claro, también recuerdo las dos ganadas: contra el Sampdoria, con todo merecimiento, en Wembley 1992, y la de París 2006 después de sufrir un poco con el Arsenal. Ahora toca el Manchester, un equipazo, pero sabe que juega contra el Barça, o sea que se preocupen ellos. Los azulgrana creen en sus posibilidades. Hasta Pinto paró el penalti copero en Mallorca y creyó que era el titular del Barça. Todos creen en su juego, en su manera de ser, en su fútbol, desde los técnicos hasta los futbolistas, y eso hace que puedan jugar con el descaro que juegan; eso no se hace simplemente a partir de un par de rondos. Yo pienso llegar al campo con mi bufanda histórica, la que compré el primer día, la que llevo siempre, agujereada, llena de francfurt y mostaza... Nunca la he lavado. Y en cuanto entre al campo cantaré: "Roma nun fà la stupida stasera" [Roma, no hagas tonterías esta noche].
(Gracias, Rosamaría).